
Después de estacionar mi Honda Civic junto al parquímetro me quedé escuchando la radio. Ya se podían oír en diversas frecuencias todas las canciones de los Beatles. Mierda, pensé. Me siento como si estuviera de nuevo en la década del sesenta, casada todavía con Jefferson Archer. —¿Dónde es la Puerta Cinco? —pregunté a dos hippies que pasaban.
No respondieron. ¿Habrían oído la noticia de John Lennon? Me pregunté luego qué diablos me importaba del misticismo árabe, de los sufíes y de todas esas cosas de que hablaba Barefoot en su programa de radio semanal por la KPFA de Berkeley. Los sufíes son gente feliz. Enseñan que la esencia de dios no es el poder, la sabiduría, ni el amor, sino la belleza. Es una idea totalmente nueva en el mundo, desconocida por judíos y cristianos. Yo no soy una cosa ni otra. Todavía trabajo en la Musik Shop, en la Telegraph Avenue, de Berkeley, y estoy tratando de pagar la casa que Jeff y yo compramos cuando estábamos casados. Yo tengo la casa y Jeff no tiene nada. Esa ha sido la historia de su vida.
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