
—El viejo iba conduciendo con la vieja de pasajera... Un viejo y una vieja abandonaron el vehículo y avanzaron dejando las portezuelas abiertas detrás de sí. Llevaban gastadas vestiduras envolventes que mantenían cerradas con fajas. —Detente —dijo ella—. Bajemos y vayamos a ayudarlos. La tapa del distribuidor se les ha desprendido. —¿Parte de tu capacidad de visión? —No —respondió ella. Abrió la portezuela, bajó y se les aproximó. Él hizo lo mismo. La primera impresión que tuvo fue la de que el hombre era demasiado viejo como para estar conduciendo. Con los hombros caídos, se apoyaba contra su coche. La mano libre le temblaba ligeramente; la tenía seca y cubierta de pecas seniles; se asemejaba a una garra. Profundas arrugas le surcaban la cara y las cejas eran tan blancas como el pelo. Entonces los ojos se centraron en Randy y permanecieron fijos en él... verdes y casi relumbrantes. Había una lucidez en ellos que no habría adivinado tres metros más atrás. Randy le sonrió, pero el hombre no manifestó la menor reacción...
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